Un homenaje a Eugene Ionesco y su teatro
del absurdo.
Ansiaba cambiar el curso a su tragedia.
Harto de la teka y tras varios intentos de suicidio (sólo le bastaba una cerilla encendida) anhelaba convertirse en una persona real, con venas como desembocaduras y latidos hechos bombos. Carne y hueso. Tenía como objetivo conseguir el cuerpo perfecto, y miles de películas de hombres musculados que habían llegado a su cajón (el de los juguetes) le servían de base material de estudio. Por aquella época prefería como compañeros de juegos y objetos de deseo a los madelmans. Le atraían sus músculos, decía, mientras repudiaba a las barbies poligoneras . Impulsado por la moda de este siglo (léase el culto al cuerpo), se le metió entre ceja y ceja poseer unos formados bíceps, un robusto pectoral, y olvidar su marginal y esquelética estampa, ésa que nos transmitieron nuestros padres y que ya no arrancaba ternura a los más pequeños de este siglo. Pinocho Trola era gay de alma, pero le fallaba el cuerpo: ése que le permitiría poder ponerse las vetas como lijas cuando alguien que le atrajera quisiera “retozar” a su lado. Necesitaba la urgencia de un dolor, una sonrisa, un grito por placer, una mente calenturienta que le bombardeara con torsos masculinos, una mueca. Y todo ello lo necesitaba retener.
Su metamorfosis de madera a humano ocurrió, inesperadamente y en silencio, una noche del Orgullo Gay cuando Yepetto, su padre adoptivo, en medio de una suculenta orgía le sacó de su artesanal caja y, extasiado, lo introdujo en los carnales orificios de quienes se encontraba por el camino. Fue introducido en varios agujeros descubriendo en su astilla lo que siente un glory hole. Y así, de la noche a la mañana (de resaca) y tras el calor anal y bucal que los invitados le iban suministrando comenzó a mover sus piernas, sus brazos y hasta descubrió un deje sabrosón en su cadera. Cuando el deje llegó a sus labios escupió una primera palabra: SI.
Luego la segunda: MENTIRA.
La tercera fue MÁS.
Con la grandilocuencia de este monosílabo -Yeppeto ya roncaba- desengrasó sus rodillas cual visagra despertada y se tumbó en el suelo (aun manchado con restos de “Orgullo”) inmerso en mil flexiones. Un trance atravesó su ya no encerada piel. No soportaba, a los pocos minutos de vida humana ver sus músculos en tan delgadas y extremas circunstancias. Pinocho, que automáticamente comenzó con las abdominales, se iba animando cada vez más y se enredó en un grito que hizo despertar al orondo padrastro que no entendía absolutamente nada. El anciano pensó que le estaba subiendo todo lo ilegal que había consumido la noche anterior y quiso volver a recostarse, pero esta vez el excitado Pinocho no le dejó volver a su retiro. Con una verborrea apabullante le acorralaba a preguntas.
El maestro Trola, artesano y distinguido juguetero de la comarca, no supo ni quiso responder. Era todo shock.
Tu no eras un muñeco de madera? ¿Cómo es que puedes hablar?
Siempre he sido real como tu vida misma, sólo que ayer participé en tu realidad.
Pinocho sabía que no decía una verdad. Sonrió por primera vez en su vida y en ese mismo momento su cara se ensanchó, y con ella su cuello. Notó también como se estiraba su nariz.
¿Y así ha sido siempre?
Siempre. Respondió el muñeco, rotundo, sabiendo que estaba mintiendo.
Sorpresiva fue su reacción cuando vio que al decir estas palabras su pectoral se infló como si estuviera cogiendo con sus pulmones todo el aire enlatado de un cuento infantil. La voz se tersó.
Esto es muy desconcertante Pinocho, créeme, que te estás moviendo. I cant belived.... ¿Y que he hecho anoche?
Nada. Te quedaste, como cada noche, desplomado, solitario y aburrido en el sofá.
Al apagar su voz con otra de sus mentiras esta vez eran sus bíceps quienes adoptaban una proporción descomunal rasgando las mangas de su minúscula camisa a cuadros a lo Toy Story..
¿Hace buen día?: preguntó resacoso Yeppeto.
Estupendo, no se ha escondido ni un momento el sol.
Afuera llovía.
A pesar de ser de las primeras horas de la mañana parecía entrada la tarde. El gris había coloreado el cielo, y las piernas de la ex marioneta (ya desprendidas de sus hilos), triplicaron su volumen, descubriendo nuevas formas en su nuevo cuerpo humano y percatándose de que a base de mentiras estaba consiguiendo el cuerpo que tanto había ambicionado.
Parpadeaba. Ya no era un muñeco de madera. Empezó a establecer alianza con los espejos que lo adoraban y fue dosificando sus improperios, cultivando su cuerpo, poniéndole frenos a la vigorexia para que no le anabolizara su verdad.
Se hizo adicto a las mentiras ganando así varias competiciones de culturismo.
Yeppeto Trola, como un buen padre, intentaba sembrarle cordura pues su cuerpo ya comenzaba a pasar la fina barrera entre lo estéticamente bonito y el muñeco de Michelín. Quizás era tarde.
Un día ya no pudo más y comenzó una reprimenda brutal de la que el ex muñeco de madrea no pudo salir con vida.
- Tienes que parar, Pinocho, no ves que te estas excediendo. Creo que has llegado a tu límite.
- Que sabrás tu de límites... y te aseguro, sugar daddy, que ya no miento. Lo he dejado. Aunque lo quiera ya no puedo crecer más pues no me quedan mentiras. No volveré a coger una mancuerna en mi vida.
Tras estas palabras una explosión retumbó la humilde casita de la familia Trola.
El padre salió por su propio pie aunque mal herido. Lleno de lágrimas. Desde ese día odió los cuentos infantiles, el Orgullo Gay, las drogas de diseño y las orgías.
Trozos de teka sangrando barniz comenzaban a esparcirse por el caótico salón.
JAVIER BRAVO.
Barcelona, 13 de diciembre de 2010.