Y ahí estaba yo, con aquellos chaps ultra ceñidos, como hechos a medida, oliendo a sexo, a tío, a “prepárate para lo que viene que te tengo unas ganas...” La visera de la gorra de plato tapándome los ojos. Quedada de fermonas y fantasías varias. Aquella película de fist casi en mis pupilas (el televisor enorme, pantalla plana), y yo montándome en historias donde era deleitado por un tropel de chicos buenorros completamente dilatados, tatuados, decididos. En la caja tonta la película enganchaba. Yo también me enganchaba a “mi película”. Le di fuego al porro que traía. Él (anfitrión) estaba preparando el J-lube. Espeso, como de costumbre. Mi polla comenzaba a bombear, pues imaginarme entre tíos cerdetes y macizorros, aunque fuera a través de la pantalla ya me ayudaba a entrar en el ciclo de desfase y dopaje que requería aquel acto sabrosón. Se disparaba, brutal, mi testosterona. Pensaba en dejarme un buen mostacho. Daban un cierto aire de virilidad, de vicio, de macho fistero, macho alfa. Siempre que veía esas películas leather me apetecía un piercing en la polla y ahora que estaba protagonizando mi propio film me volvía a apetecer. En esta primavera seguro me lo haría. (Un tiarrón como yo necesitaba de su Principe Alberto, como Él, que desde la cocina-laboratorio me miraba relamiéndose los labios). Pequeños golpes se escuchaban provenientes del suyo que eran musicalmente frenados por el lavavajillas.... Él se acercó a mi, agarró mi pollón lechero. Lo apretó duro, con actitud. Le dio un lametón mientras relajaba el esfínter.. Me echó un lapo en la boca que antes era un beso. Me gustó.... Era sólo un aperitivo. Enseguida lo dejó y siguió preparando su J-Lube no sin antes robarme una calada de mi deshinibida marihuana. Olía a macho. Yo también. Me había exigido que no me pusiera desodorante. Y yo obedecía. Seguí intentando mimetizarme en la orgía que me ofrecía aquel Sony de 42 pulgadas y ya lo iba consiguiendo. Sacó de una gaveta del aparador una caja. De ella un objeto.
- Cuando puedas repásate las uñas, rey, que no quiero que me hagas daño.
Sentí, mientras me daba una lima de uñas, como se desvanecía el mito. Y me vi como quien va a hacerse la manicuri enfundado en unos arneses de cuero: confundido, contrariado y un poco anestesiado.
La fisteada genial.
La pena: que desde que apareció en escena el femenino artefacto quise volver a mi película pero siempre fue en vano.
Salí de su casa con las botas puestas y la felicidad de tener unas uñas impolutas, pero con la desazón de no haber podido empalmar aquella morbosa tarde gris de un gélido diciembre.
JAVIER BRAVO.
Barcelona, 1 de noviembre de 2011