miércoles, 3 de noviembre de 2010

"LAS TRES P"




para Gian.
para Cristian.


Fermín llegaba con la polla bien dura como cada jueves que obedecía a la llamada puntual de Marcelo. Siempre a las siete de la tarde. El hecho de ser vecinos era un plus. Y que se gustaran a rabiar hacían de esta historia la puta hostia. El proceso era el mismo: rabote duro de Fermín al entrar al apartamento y pantalón a media rodilla. Marcelo: culo en pompa y de burbuja, abierto y lubricado esperando sentir en un periquete cómo el ansiado paquete irrumpía en el ojete con la fuerza de una rima. Paredes blancas, una botella de agua mineral pululando, ningún mueble disfrazado de mirón, calor en las paredes y en el culo de Marcelo que encima de la cama cumplía el ritual, listo para ser violado y bien abofeteado a base de guarradas. Soy todo tuyo tío, trátame como tu puta, ¿dónde me la vas a echar cabrón?, métemela ya tío. El colchón, siempre desnudo, era testigo mudo de la total desnudez de ambos volcanes. Un cenicero le decoraba y en él descansaba un cigarrillo de marihuana, bien cargado, esperando a que Fermín entrara por la puerta. Una vez dentro, Marcelo lo encendía apoyándose de los codos y comenzaba su viaje hacia ese revolcón perfecto de los jueves que ya, también, comenzaban a serlo.
Fumaban poniéndose a tono. Aguantaban el aire dentro el mayor tiempo posible mientras el cipote de Fermín jugueteaba con el volcánico agujero de Marcelo que seguía a cuatro patas, aguantando los cachetes como un campeón. Era su postura favorita. Fermín le insultaba, le llenaba de lapos y con sus dedos preparaba el terreno con hambre de explorador. Luego, ya colocados, llegaban a una especie de paraíso donde siempre perdían la noción del tiempo y, magreándose a tope, convertían el sexo en una batalla campal. Pim, pam, toma cabronazo. El ojete de Marcelo dilataba cada vez más, a tal punto que el pollón del otro apenas notaba a pesar de estar decorado con un no minúsculo piercing. Eso hacía que llegara el tiempo de los dildos, que eran aceptados sin encontrar inconvenientes ni objeción. Los dildos iban in crescendo, de los más pequeños a los mas bestias pasando por unas bolas chinas, una lata de coca cola y llegando a unas cadenas de bastante diámetro que el anfitrión tragaba cual agua de manantial. Descansaban unos segundos y volvían a la batalla enfurecida. Marcelo el insaciable siempre quería más, y Fermín el bailarín venezolano era una máquina follando. Se juntaban el hambre y las ganas de comer compenetrándose, produciendo una gula feroz que les hacía salirse de su realidad en un baile salvaje. Era como si la polla del uno estuviera destinada al culo del otro.
No les hacía falta el poppers hasta aquel jueves de diciembre que, celebrando la Navidad, Fermín lo metió en su bolsillo y decidieron, tirándose por la calle de el medio, probar a ver si era verdad eso de que con esa esencia se sentía más placer. Joder, que pasada tio, cómo la siento dentro aunque a ti se te haya quedado medio floja, cómo me estás poniendo el ojete man, dame más, dame más, coge el mechero y enciéndeme el porro, ggrrrrr, ¿Dónde se compra? ¿Limpiacabezales? Puff, es lo más tio, que rico, ¡¡Dioooos!!


Según mis autodidactas conocimientos médicos coleccionados a través de la experiencia tengo entendido que si mezclas sustancias que bajan tu tensión en un acto como hacer el amor
que de por sí genera adrenalina y baja la tensión puede traer graves consecuencias. El poppers es un vasodilatador que acelerando el corazón hace que ganes en ritmo y en excitación. Aunque no lo notes y no lo parezca, tu cuerpo se debilita puesto a que esta sustancia es, ante todo, un relajante muscular. Pasa lo mismo con los porros, que tras unas caladas aumenta tu apetito, entras en una especie de pereza y la sensibilidad pasea a flor de piel. Puedes excitarte en cuestión de segundos siempre que el compañero de juegos despierte tu atención y tu morbo. En caso de que no sea así, no pasa nada ya que al estar en una especie de globo aereodinámico cualquier caricia o roce es bien recibido y a ésto los genitales (y la piel) responden. Si a estas dos drogas le sumamos la mayor, el sexo, entonces puedes echar el mejor polvo de tu vida con una cadencia de movimientos sin igual. Como si fueras insaciable ganas en resistencia. Nunca quieres acabar, y la imaginación que también sale de paseo te convierte en innovador, creador y excesivamente vicioso. Tu corazón en un trialón. Puedes navegar en un mar de sudor.


Le comía los sobacos y dando una voltereta le chupaba los pies metiéndosela hasta el fondo. Era como un trance donde los dos habían perdido el sentido de la orientación, danzando en cualquier sitio menos en aquella minimalista habitación del Paralel. Toma, pim, pam, ¡ aaaay...! La cama, que como cada jueves estaba en el centro del cuarto, dos horas después aparecía esquinada contra la pared, con el colchón en el suelo junto al popers y el cenicero. El cuerpo de Marcelo se dejaba hacer. De vez en cuando echaba una miradita hacia detrás, con cara de pocos amigos, donde estaba clavándole hasta el alma el pollón de su vecino. Le encantaba mirar de soslayo a su follador cuando se lo follaban, y flipaba viendo como una buena herramienta entraba en su más caliente orificio hecho la bandera de Japón. Hasta probaron un fist gracias a la nueva fragancia que ambos inhalaban y les des-colocaban. Fumaban y volvían a la jungla. Fermín esnifaba el suspensorio del otro que olía a polla cachonda y se calentaba más. Querían correrse pero no podían.
Marcelo dio por zanjada esa idea ya que cuándo lo había probado en anteriores ocasiones acabada con la polla hecha un gañipo. Ya me haré luego un buen pajote, pensaba, y seguía en pompa abriéndose al doloroso placer. El otro, el invitado, no quería desistir. Pensaba que una vez bien corrido se marcharía parte del colocón de su cuerpo. No quería volver a casa en aquellas circunstancias. Tenía que soltar leche fuera como fuera y volvía al dale que te pego, a seguir intentándolo. El culo de Marcelo echaba chispas. El frasco de poppers ya comenzaba a quedarse vacío. Le comenzaban a salir llagas al rabote de Fermín pero a él no le importaba. Inhalaba. Lo suyo era inhalar... y el desenlace se ponía cada vez más difícil. Pasó una hora más sin la noticia del lefazo hasta que Fermín rápidamente la sacó, (la piel de Marcelo de gallina) se quitó el condón y una cascada de leche salió junto a un grito lo bastante parecido a un berrido que hizo que la habitación retumbara volviendo, los dos, a la realidad. Era jueves, si. Un jueves inusual. Tan inusual que al correrse, tras la última gota, Fermín cayó al suelo casi inconsciente rogándole al anfitrión un par de minutos así, en posición horizontal. No sabía donde estaba. Era todo debilidad. Marcelo, preocupado fue hacia él. Que te pasa?, ¿estás bien?, espera que abro las ventanas.
Fue a su cocina y regresó con un vaso de agua y un donuts que el casi desfallecido agradeció comenzando a reponerse. Le acompañó al baño y, juntos, compartieron una ducha como cada jueves comiéndose la boca sin parar, torturando suavemente sus pezones y analizando con detalle el polvazo que acababan de echar. Elogiaron a las sustancias ilegales y, mientras se meaban encima (seguían fieles a su ritual), aludieron a lo placentero y relajante que es echar un buen casquete llegando a la conclusión de que cuando se juntan las tres P: polvo, porros y poppers la combinación podía ser muy tentadora aunque también arriesgada y peligrosa. Concluyeron la ducha amando una vez más el peligro.
Fermín salió de casa dándole los últimos mordiscos al donuts.
Marcelo se comenzó a pajear.




JAVIER BRAVO.
Barcelona, 1 de noviembre de 2010.

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