jueves, 14 de mayo de 2009

"EL HOMBRE DE MIS SUEÑOS"


Llegaba nada más cerrar los ojos. Se colaba primero por la ventana y luego por mis pupilas hasta desembocar en mis sueños. Me asustaba con su cuerpo colosal enfundado en un uniforme de cuero que olía a gastado, suspensorio clavado a su cintura, y en el centro del pecho un enorme corazón de neón. Nunca le vi la cara, sólo la intuía en medio de la oscuridad.
Desconozco si tenía la tez morena, los ojos color miel, o una sonrisa que quitara el hipo y el sentío, porque él no me importaba. Mas bien me lo imaginaba robusto y repulsivo dado que no era nada agradable el calvario que me hacía pasar cada vez que yo cerraba los ojos para, plácidamente, intentar descansar. Eran días en los que la idea de buscar a ese chico ideal no rondaba por mi cabeza. En aquellos tiempos el amor no figuraba en mi lista de prioridades.
Aparecía todas las noches, y se infiltraba en mi relax convirtiéndose en mi mayor pesadilla. Yo era entonces el ser con más insomnio del planeta. Con un sueño discontinuo y desastrozo partido en varias mitades y provocado por él. Yo era un zombie perseguido por un ser irreal que se colaba en mis tinieblas atentando contra mis sueños de ensueño, beneficiándose de ellos, jugando al gato y al ratón. La única verdad era que este ratón no quería jugar a este juego necio a la par que irreal.
Nunca fue menos placentero cerrar los ojos. El me interceptaba en las esquinas, me provocaba sobresaltos, atentaba contra mi sed, hacía que el miedo recorriera mi cuerpo sólo con cerrar los ojos. Y la noche de mis sueños, que ya era bien oscura, se dibujaba mas tenebrosa con su llegada, siempre inoportuna, celandome, desafiando mi fase Ra y mis madrugadas. Desde que el apareció “el monstruo de mis sueños” olvidé el significado de la palabra amodorrarse.
Llevaba ya mucho tiempo sin dormir, y mi negación a cerrar los ojos se estaba convirtiendo en una seria patología. Con el tiempo, cansado de esta jugarreta absurda me dejé llevar por él, aprendí a ignorarlo, a dejar que me siguiera, que se colara por los pasillos de mis nervios y mis deseos. Me dejaba arrastrar, sin pensar demasiado en su existencia, sin llamarlo con el pensamiento, sin mi miedo. Y con mi “no llamada” llegó su ausencia. El se cansó de mi eterna negativa y ya no me esperaba en los chaflanes de mis sueños.
Y se exfumó ese miedo. Comenzaba a atemorizarme su ausencia. Y ante mi desamparo ahora era yo quien lo buscaba día y noche, con los ojos cerrados, por mi realidad y en mis vigilias, por mi imaginación y entre mi almohada. Con su ausencia (y con el tiempo) comencé a echarlo de menos, a necesitarlo cerca de mis noches. El amor se colaba en mi lista de prioridades.
Me estaba enamorado de él. Y no le daba descanso a esta búsqueda que comenzaba a protagonizar yo con mi silencio, en mis ronquidos. Y la pasión se tradujo en obsesión. La narcolepsia se había apoderado de mis horas, y en mis horas vacías (llenadas por él) intentaba colorear su rostro nunca visto. Caminaba dormido. Buscándolo. Había pasado de odiarlo a amarlo encarecidamente sin apenas darme cuenta. Papeles invertidos.
¿Como sería su rostro?
Y sin saber casi nada de él intenté encontrarlo, buscarlo en mis quimeras, y pedirle perdón. Intenté entender sus llegadas repentinas (y también sus idas), el olor del cuero de su ahora bello uniforme, fetiche de mi desasosiego. Comenzaba a entender que si había aparecido en mis sueños era, quizás, para hacer viables todas mis fantasías. Pero él ya no venía por cuenta propia. Sólo llegaba si yo lo provocaba. Y yo cerraba los ojos fuertemente para traerlo conmigo, con mis sueños, provocándolo.
Y le buscaba desesperadamente. Me quedaba dormido en los rincones, lo llamaba desconsoladamente en mi sopor, en mis siestas, en mis cabezaditas; y hasta llegué a invocarlo estúpidamente ingiriendo pastillas para dormir y estúpidas infusiones de té de melaza..
Pero mis llamadas de auxilio eran en vano. Ahora que más lo necesitaba. Ahora que estaba realmente solo y con el amor en mi lista de prioridades. Ahora que había visto en él un perfecto tándem, el amor ideal, el príncipe azul y el hombre de mis sueños, hizo un mutis por el foro y me dejaba desnudo y sin fantasías. Ahora que lo había entendido, él me ignoraba. Ya no violaba mis minutos. Ahora víctima él, y yo verdugo.
Y el valiente hombre de mis sueños se convirtió en cobarde, y puede que ahora esté jugando con los tuyos.
Y aun sigo cerrando los ojos para ver si lo encuentro.
Y este cerrar los ojos se me ha convertido en un goce. El goce de mi cuerpo chapoteando en promesas de mentiras. El goce del deseo. De este deseo perverso que ahora me deja levitar en libertad, y también excitado. Desde que sé que está en mis sueños, habito con la mano cerca de mi miembro, temeroso, porque su llegada puede ser en cualquier momento. Y más de una vez, por las noches, he manchado las sábanas. Y cuando despierto lo primero que recuerdo es su arrebatador uniforme de cuero, su suspensorio sudoroso, y su enorme corazón de neón que ahora más que nunca deseo que me ilumine. Soñar no (me) cuesta nada.
Y lo busco en mi sueño, me provoco cansancios, escarbo en mi mundo interior, fallezco recordando su cara, rebusco entre las papeleras de mis sueños, vago por mis minutos, bostezo, y vuelvo a cerrar los ojos sabiendo que siempre él llega con el cansancio de mis párpados. Y recuesto mi cabeza en cualquier momento vacío para llenarlo con él y con mi sueño.
¿Por que no le hice caso en el pasado, cuando no paraba de acosarme y acusarme de no darle las horas de sueño que él necesitaba?
¿Cómo recuperar ese tiempo perdido en que él me tocaba el hombro y yo no respondía?
Al menos buscarlo entre mis sueños significa no buscarlo en el presente. El presente es duro. Con su ausencia en mi mundo real yo aprendo a vivir cada paso de mi azarosa vida con paciencia, esperándolo dormido, sabiendo que con paso lento y un poquito de sueño puedo arribar a ese camino donde siempre está él. Al menos he comprendido el valor de mis sueños.
Y continúo, desconsolado, buscando al hombre de mis sueños..
Deseo que aparezca para quedarse y, con un beso, me despierte de este ensueño donde él se me ha dibujado.
Y se que llegará, tan pronto cierre estos ojos que ya se me pegan, y me pesan.
Al menos no hay insomnio.
Y eternamente duermo.


JAVIER BRAVO.
Barcelona, 12 de diciembre de 2008

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