viernes, 22 de mayo de 2009
"S-MEN"
1-
Men:
A veces te veía tan apagado y tan triste.
Tú y unas míseras gotas de deseo que me hacían dudar de tus reales ganas, de tu fogosidad hecha quejido, de esa capacidad de ponerme en remojo. Luego, una vez conocido tu “ritmo”, me di cuenta de que el hecho de que a veces sólo me regalaras tres secas charcas en vez de un mar no era por tu escaso deseo de naufragar en él. El mar de mi deseo. La riqueza de un océano no está en su profundidad sino en la sal de su agua, densa, casi viscosa, pegajosamente pegajosa, con una buena fauna poblando cada mínima porción de ti. En otras palabras, aprendí, gracias a eso, que menos es más.
Aunque me moría por que me encharcaras supe conformarme con las tres gotas espesas que asestabas contra mí, acompañadas por tus trescientas gotas de sudor cada vez que te paseabas por mis tres orgasmos.
Amé tu módica dosis de “alegría acuosa” porque supe, con el tiempo, que tu felicidad condensada me llenaba más. Y me llené de ti. Noche y día. Llamándote y buscándote, hasta multiplicándote.
Me satisfacía el momento en que llegabas a mi pecho como una caricia mojada que empapaba y azotaba mis pezones con dureza. Luego, riachuelo de viscosidad apetitosa y mis pezones volviendo a su lugar. Te comenzabas a deslizar por mi cuerpo aun caliente, dibujando mapas en este volcán donde me hallaba, en mi cama, en el suelo, después de un fiera lucha de titanes. Siempre querías aparecer antes de tiempo, no podías aguantarte, a punto de estallar en mí, mas yo cortaba tu efluvio bajando unos grados la pasión para que no me privaras del goce de tu grito final, contenido, en forma de líquido placer.
Pero ya no me conformaba con el mar en mi pecho, y añoré con más fuerza que nunca conocer tu sabor.
De tanto amarte quise probarte. Quizás para saber de primera mano (de primera boca en este caso) tu gustillo, pasear mi lengua por ti, catándote continuamente como un buen vino del que no tienes claro la denominación de origen. Lo curioso es que yo si conocía la denominación de este, y me encantaba el “cuerpo” que lo resguardaba. Menuda botella del más duro cristal...
Descubrí tu sabor. Salado a la par que dulce, una sensación indefinida en el paladar de la que me enamoré, de la que (riesgos aparte y siempre con pánico) hoy me considero un enganchado a ella, como lo soy de tu sudor, de tu saliva, de tu mirar que me provoca el más discreto, sensual y apabullante streaptease allá donde camino.
Entonces te desee en cascadas, totalmente calado por ti. Todo mi cuerpo esperaba tus perdigones mojados cayendo sobre el tórax. Las cataratas de mis ojos aguardando por la catarata de tu trío de gotas que, llegadas a mi pupilas eran el mejor oscuro y ciego océano pacífico: extraña paz, plenitud húmeda, ardiente y salada. Mi boca te degustaba con escepticismo en un principio. Luego aprendí a degustarte con arte, y en mi paz te secabas.
Añore tu fuerza y aún hoy soy devoto de ella.
Imaginé tus ríos, sádico de tu pastosa apariencia, y me envicié de ti.
Te visité todas las noches. No te falle ni una. Siempre llegaba a tiempo, por activa o por pasiva, pero siempre acudía a la cita que tenía contigo todas las madrugadas, antes de abrazar la almohada ya empapada por mi sudor, y otras veces por tu sincero aguacero nada pulcro.
En noches complicadas en las que me era un poco difícil estar entre tus manos (o mejor tú en las mías) recuerdo que me escabullía en la soledad de la habitación de aquella guardilla compartida, y en silencio te llamaba, me excitaba, ligero trabajo mental, y hacías tu triunfal entrada. Siempre aparecías. Luego me dormía entre mis sábanas contigo, acartonado sueño con un final feliz. Al alba despertaba seco y sin ti. Supongo que mi constante movimiento noctámbulo hacían que te echara de mi futón. A lo largo de las mañanas siempre encontraba algún resto de tu presencia en mi noche okupada, y te aseguro que se convertían en jornadas divertidas, donde el humor y el buen ánimo se daban la mano y me hacían transitar por las horas con una tonta sonrisa como si me hubiera tragado toda la alegría del planeta.
También habían mañanas en las que llegabas con mi despertar, y desde luego que los dos cumplíamos como dos campeones que éramos.
Y de tanto vicio, de querer verte las veinticuatro horas me inventé historias en tu nombre, jugaba a adivinarte en otros rostros que me cruzaba por la calle, en caras anónimas, en cualquier esquina y en cualquier recuerdo. Te busque en baños públicos, en anuncios de la tele, en miles de páginas de contacto, en mis ratos libres, detrás de un buen porro, por las callejuelas del porno, en insulsas e inocentes miradas, en un roce sin querer y en más de mil roces queriendo.
Y me envicié de tí.
Un día descubrí que mis relaciones cada vez eran más cortas porque sólo disfrutaba de ellas el momento en que aparecías. Me importaba mucho el cómo, el cuándo y el dónde. Ya no disfrutaba al máximo como antes. Ahora siempre ansioso por un final de película en que yo era derrotado por un torrente de jadeos regados con destreza sobre cualquier parte de mi cuerpo, aduana de mi relax, apagando el fuego de mi satisfacción con un “the end” perfecto, de cine mudo, viscoso, impactante, brutal.
Amé tu final porque era mi principio.
Tú, tan duro y tan viril, tan rudo, con esa temperatura que calcinaba termómetros aunque luego el resultado final fueran sólo tres gotas calientes con aroma de sexo mientras yo me ponía enfermo, cardíaco, caliente, soñando el día aquel en que me bañaras de deseo y toda mi habitación se impregnara de ti.
2-
Ayer tuvimos una sesión en casa de exploraciones corporales, alcohol y cintas de vídeos. No paramos de buscarnos ni un momento. Fogosos minutos que necesitábamos después de una semana de viaje, cada uno en una esquina del mundo.
Y cúal es mi sorpresa cuando, llegando al final del tercer polvete me sorprendió su mar, una desconocida marejada que nunca había visto en él, de la que espero que haya una excelente fauna, y que desee sorprenderme siempre con tormentas, cascadas, por los siglos de los siglos. Serán bien recibidas.
Decidí probarlo después de una semana sin atarme a su sabor y descubrí que esta vez era más fuerte, salado a la par que dulce, con el dulzor añejo de estar una semana sin mis labios.
Esa es mi mayor preocupación en este día en que no paro de pensarle, con una sonrisa más grande que mi boca, absolutamente mojado.
Ese hombre que hoy ocupa y empapa mis palabras sabe a lujuria, a una erección continua, un eterno querer descargarme cuando tenga un rato libre, sea dónde sea..
Ese men tiene un nombre.
Ese nombre es semen.
Deseoso estoy por tener unas horas libres y, sin mediar palabras, encontrarme (mano a mano) con él.
JAVIER BRAVO.
Barcelona, 22 de mayo de 2009
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